Mancho y Lucecita

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Jairo Herrera Cardoso // Neuropsicólogo Educativo

La Comuna número 5 de Neiva, es un sector lleno de ilusiones y de esperanzas, sus barrios llevan nombres de orquídeas, jardines y florestas.

Como todo sector popular, sus hogares humildes adolecen de unidad familiar, cuando viven papá y mamá, ambos trabajan para subsistir.

Una madre honesta y trabajadora zurce, teje, diseña y confecciona para sacar adelante un grupo de jóvenes.

El patriarcado adolece de matriarcado, son las madres las que asisten a las reuniones dizque de padres de familia.

La responsabilidad de la asistencia a las reuniones escolares es institucional, y autoritaria desde el mismo momento de la matrícula, pues debería llamarse partícula para que asistieran los padres.

La señora sigue en su mundo de la confección y el padre con lo poco que gana toma licor, porque quien trabaja toda la semana, tiene derecho a un par de cervezas, que ironía.

Macho llega tomado a casa y agrede verbalmente a Mancho, por qué es un chacho, un vacan, camina lentamente y su tono de voz expresa códigos lingüísticos que Macho no entiende.

Después de la perorata, Macho saca de casa al Mancho, el joven confundido se va a quedar donde sus amigos o familiares, requiere de una mano amiga.

No muy lejos de allí, Lucecita pierde su padre, la madre, se dedica al trabajo diario, llega a su inquilinato pasada la medianoche, agotada del ejercicio de lavar y aplanchar.

Mancho y Lucecita se conocen, son pares y estudian en el mismo colegio, compartiendo sus problemas socialmente relevantes y las salidas según la ocasión: asistir a una convivencia.

La mamá de Mancho teje y confecciona día y noche para enviarlo a la convivencia preestablecida.

Lucecita recurre a un samaritano, vecino del sector para que le dé unos céntimos, pues necesita completar el costo de la convivencia, porque su señora madre no podrá subsidiar el dichoso paseo, dice Lucecita.

La «convivencia» era obligatoria, quien no asistiera se haría acreedor a un logro formativo negativo que sería consignado como insuficiencia en su evaluación de comportamiento.

Se desconoce cómo los jóvenes adquieren los recursos económicos para asistir a la «convivencia», lo importante es participar, no significar.

En la convivencia, nadie conocía el problema de Mancho y Lucecita, todo era conductista y estandarizado, la diversidad y el contexto sociocultural aquí no importaba nada lo prioritario era pagar por asistir.

Pasó la «convivencia», Mancho sigue siendo un vacan fuera de su hogar y Lucecita sigue utilizando sus truquitos de niña traviesa para ganarse unos pesos y disfrutar de su recreo o atender las exigencias de su querido colegio.

Los retos de la prevención integral son paradigmáticos, utópicos, pero hay que afrontarlos no con seudoconvivencias, sino con amor, afecto y socioafectividad por parte de los formadores de hombres y mujeres que sean capaces de reconstruir proyectos de vida a través de proyectos educativos pertinentes y contextualizados.

No permitas que en tu colegio o en tu casa exista un Mancho y una Lucecita, dialoga con tus hijos, respeta la diferencia y la diversidad.

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