En el sur del Huila, en los municipios de Pitalito y San Agustín se desarrolla un festival en honor a los dos mamíferos más grandes de Suramérica y las dos especies más amenazadas de Colombia: el oso andino y la danta de montaña.
El Festival Nacional de Oso y Danta que en esta ocasión llega a su novena versión y convoca a expertos de estas dos especies, también reúne a especialistas en restauración, una estrategia que garantiza la conservación de estos dos animales silvestres y las especies que se abrigan con su protección.
“La restauración del territorio significa que tenemos que ver todo como una única unidad ecológica, con un proceso histórico de ocupación del uso del suelo degradado y afectado, por eso, restaurar los hábitats de estas especies son claves ya que por el tamaño y la capacidad que tiene la población se garantiza la conservación de las especies más pequeñas que están debajo de estos”, aseguró Camilo Augusto Agudelo Perdomo, director General de la Corporación Autónoma Regional del Alto Magdalena – CAM.
A estos esfuerzos la entidad ambiental se suma año a año con sus estrategias de monitoreo participativo de la biodiversidad que cuenta con más de 17 años de implementación, la consolidación de más de 22 mil registros de estas especies en cámaras trampa, el trabajo comunitario con 23 grupos que ha demostrado el incremento de la población de estas especies en el territorio, así como la conectividad funcional entre las áreas protegidas y la protección a las más de 700 mil hectáreas de bosques.
Aprendizajes del festival
Sumada a las acciones de la máxima autoridad ambiental del Huila, se une este festival que fue calificado como un espacio de divulgación y aprendizaje sobre la restauración ecológica para la conservación de ecosistemas relacionado al Oso Andino y Danta de Montaña.
“Estos espacios nos permiten divulgar lo que estamos haciendo en nuestras áreas de trabajo, pero también conocer las otras experiencias y articularnos no solo con entidades de investigación o de ejecución administrativas como las CARs, sino conocer las experiencias locales para no hacerlo solo, sino acompañados o en interacción con las comunidades”, explicó Jhon Córdoba, Profesional en restauración ecológica del Parque Nacional Natural Puracé.
Es el caso de lo que se viene adelantando en Cundinamarca, la Fundación Parque Jaime Duque que tras años de investigación, articulación con comunidades, empresas, entes regionales y aplicación de estrategias, aprendieron que la restauración va más allá de solo sembrar árboles.
“Para que sea un proceso de restauración tenemos que pensar más allá de los individuos y las especies vegetales que estamos utilizando; es esencial que podamos vincular tanto el monitoreo de lo que está ocurriendo con esas plantaciones y cuáles son esas especies idóneas para cada uno de estos sitios, y que de igual manera las personas puedan conocer esas especies vegetales características de cada uno de esos espacios para que realmente se pueda llamar una restauración”, aseguró Lisa Carrillo, líder de Monitoreo de la Fundación Parque Jaime Duque.
La profesional aseguró que entendieron, que restauración era más que crear corredores arbóreos, era recuperar un ecosistema y eso involucraba sistemas como humedales, cuerpos de agua y vallados, siendo muchas veces más importante para ayudar a conectar especies animales a través del agua
De cultivos ilícitos a plantaciones medicinales
En este mismo sentido se expuso la experiencia vivida en Putumayo en el que en un proceso de restauración de los ecosistemas, que una vez fueron afectados por cultivos ilícitos, se recuperaron 17 hectáreas mediante la articulación de la ciencia occidental y el conocimiento tradicional de las comunidades que integran la cultura del Yagé.
“Hemos plantado árboles y palmas como la de ‘1.000 pesos’, que es importante para la alimentación y construcción de los hogares de las comunidades, pero también de la fauna silvestre que se cobija y alimenta de ella”, relató Julieth González del Santuario de Flora y Plantas Medicinales Orito Ingi Ande, quien agregó que el establecimiento de estos sitios, donde ahora se pueden ver las huellas del paso de las dantas, fue a su vez un proceso de articulación con los resguardos desde una visión biocultural.