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Lavandera sin músico zurdo

Por: Jairo Herrera Cardoso // Neuropsicólogo Educativo.

Recuerdo los viajes en tren acompañados de mi abuelita Clementina. Al sacar mi pequeño rostro por la ventana, me imaginaba las montañas como hieleras de toros cebús y, cuando la brisa acariciaba mi piel, me parecía que las cordilleras se convertían en camellos.

Siempre vivimos en casa de arrendamientos, pero lo más hermoso de ellas eran sus grandes solares, en donde jugábamos con mis hermanos Yesid y Javier, porque todavía no había nacido la “Cuncia”. La primaria la realicé en la escuela central de varones “Ricardo Borrero Álvarez” y mi mamá  me ayudaba a transcribir cuando me quedaba atrasado en los cuadernos.

Cuando  nació  Luz Dary, la “Cuncia” ya teníamos casa propia en el barrio “Reynaldo Matiz”, fruto de las lavadas de ropa de mi mamá y de las serenatas de mi papá. Soy el mayor de tres hermanos  y por delegación me correspondió el cuidado de ellos, el aseo de la casa, ir a la plaza a hacer mercado y enseñarle  las primeras letras a la “Cuncia”. Las tareas de mis hermanos las hacíamos en compañía, y cuando  a mi mamá le iba bien, nos daban para el recreo  y para montar en microbús.

Nicéforo “el zurdo”, nos reunió una tarde después de sufrir un accidente de tránsito que lo llevó al lecho por mucho tiempo, y nos contó que le quitó una tabla a la cama de su mamá para hacer una guitarra con cuerdas de alambre. Como era zurdo, se inventó que cada cuerda que sonaba al aire tenía un valor de diez y al pisar un traste once; hoy en día se gana la vida como profesor de guitarra.

—Miren muchachos, —continúo mi papá—, Cada cuerda tiene un valor de diez, la segunda vale veinte, la tercera treinta, la cuarta cuarenta  y la quinta cincuenta, si usted le pisa el primer traste a la segunda cuerda será veintiuno  y así sucesivamente.

Yesid fue músico y literato  (q.e.p.d). Javier,  pianista  y profesor. Yo, por el contrario, me incline por el teatro, la danza y la narración oral, ganando el Primer Puesto de Oratoria en el Colegio  INEM “Julián Motta Salaz, siendo jurado en aquella ocasión el profesor Reinel Salaz Vargas.

Amira continuaba lavando ropa porque las serenatas y la música alejaron al zurdo en brazos de otra mujer y a mi mamá le tocó ser jefe de hogar; es decir, mujer cabeza de familia. Reunidos en nuestra vieja casa de bahareque, mi mamá nos dijo:

—Mijos, estudien y disfruten, porque el que estudia se libera, de mi parte yo les ayudo en lo que pueda.

En el colegio Instituto Nacional de Educación  Media  (INEM) fui monitor del área de sociales, formé parte del TEIN (Teatro Experimental INEM Neiva), como actor principal de “El hombre que vendía talento”, obra escénica del ilustre Gustavo Andrade Rivera. Para ayudar- me en mis estudios, forme parte de las comparsas de Don Abundio y me dediqué como bailarín a ensayar la coreografía del sanjuanero a las candidatas de los barrios Reinaldo Matiz y Efraín Rojas Trujillo.

Me gustaba tomar tetero (agua de panela con leche), pues era una delicia que me transportaba al infinito, más allá de mi sol, un sol de esperanza e infatigable como mi mamá que siempre estaba a mi lado.