Con alegría y tranquilidad, doña Esperanza narra su historia con lujo de detalles. Su llegada a la comuna, que para ese momento no era más que un campo con algunas casas alrededor, fue propiciada por su cuñada quien la incentivó a comprar un lote allí.
Para esa época, vivía con su esposo en la zona céntrica de la ciudad, en casa de sus suegros. Con esfuerzo, lograron la compra de un lote y ladrillo a ladrillo, levantaron su hogar. “Lo primero que hicimos fue colocar el alcantarillado. Después le colamos las paredes y fuimos colocando la parte de adelante, que fue con las ventanas y las puertas” expresa ella.
Su hijo, que para ese entonces tenía 5 años, creció viendo a sus padres construir su casa, pero también su hogar. Allí, pasó momentos que hoy doña Esperanza recuerda con cariño, como enseñarle a cocinar a su hijo y que este, aprendiera deberes del hogar. Ella manifiesta que su casa se construyó basándose en consejos, principios y enseñanzas para que sus hijos se convirtieran en personas independientes.
Recuerda con amor los inicios de inversión en la comuna y como se fue embelleciendo cuando iniciaron la pavimentación de las calles, la siembra de árboles y el comercio creció, generando un bienestar para los habitantes.
Doña Esperanza sueña con una comuna unidad, donde los orgullos y rencores se dejan de lado para un bien común. Así mismo, indica que anhela que en su comuna se brinden mayores oportunidades para los jóvenes y que estos no tomen caminos diferentes.
Deja un mensaje a todos los hogares, para cuidar a los niños y niñas que hoy crecen y que estos sean criados con amor, así como sus hijos crecieron bajo su cuidado.